Editorial: Aguilar
Prólogo: Andrés Calamaro
Breuer es una marca registrada en el rock nacional.
Ha sabido crear, con los músicos más emblemáticos de la Argentina, el sonido característico de artistas y discos a los que su huella sonora les debe su personalidad.
En este libro se cuentan las historias de esas grabaciones, y también la de la industria discográfica argentina y los cambios que ésta atravesó en las últimas cinco décadas, más tips y datos para quien quiera profundizar acerca del sonido y sus secretos.
Incluye un exhaustivo diccionario en el que Breuer explica todos los términos técnicos vinculados con el sonido, la grabación y el mastering.
"Cumplí mis 17 años en el estudio de la calle Perú con Mario Breuer, Beto Satragni, Amílcar Gilabert y Jorge Da Silva. Esa madrugada fuimos con Mario a comprar medialunas tibias.
Tiempo después nos encontramos en una esquina de la Avenida Santa Fe. Yo tenía pensado viajar a Los Ángeles con Bob Wilkinson, un cantante bilingüe que había conocido en Beccar, en la casa del contrabajista Pablo Aslan. Y viajamos.
Un día, mientras miraba instrumentos en un negocio de música, conocí a un guitarrista que vendía porro en Venice; entonces estacionó una limusina afuera y entró alguien de parte de Stevie Wonder para comprar una pandereta.
No sé si no tocamos en un hotel Holiday Inn con Bob o con el guitarrista del porro. Mario estaba estudiando ingeniería de sonido en la Universidad de Los Ángeles y trabajaba instalando pasacasetes en West Hollywood.
Ya no recuerdo si me había dejado una dirección o un teléfono, pero aparecí por donde vivía. Y allí fue donde compartimos sueños que se sueñan en voz alta y despiertos, que compaginábamos con mis habituales compras de discos -eso que ahora se llama vinilo- y las clases de Mario...
Luego grabamos juntos mis primeros demos con Gringui Herrera y Julián Petrina, el primer demo, los discos de Los Abuelos de la Nada en el Estudio del Jardín y mis primeros cuatro solista. Es decir, todo; hasta que me vine a Madrid para reformularme como Los Rodríguez.
Mario es un hermano para mí.
Mi madre lo quiere y siempre pregunta por él. Todo lo que hicimos juntos lo pensamos (atrevidos) alguna vez y -ahora creo- era nuestra única posibilidad (en el mundo), pero una que no se nos iba a ir de las manos.
Redoblamos esfuerzos para producir buenos grupos en la segunda mitad de los ochenta: la sociedad funcionó perfectamente. Aún hoy los discos de Los Enanitos Verdes y Don Cornelio y la Zona suenan estupendo, perfectamente actuales y poderosos, con muchos detalles y con ese gran sonido que Mario ofrece porque ama la música y graba con corazón y cabeza.
Se puede decir, sin exagerar, que Mario define el sonido 'bueno' de los ochenta, el que sí suena bien. Dicho esto con mucho afecto por Amílcar y Da Silva, los maestros.
Yo me fui (o me vine) a Madrid en septiembre de 1990, Mario terminó su peregrinación en los estudios de la calle Segurola y se instaló en su casa natal, estudio que después trasladó una, dos y hasta tres veces. Sin dejar de grabar, de enseñar y de sonar muy bien.
Prólogo: Andrés Calamaro
"UNA VIDA GRABANDO EL ROCK NACIONAL"
Breuer es una marca registrada en el rock nacional.
Ha sabido crear, con los músicos más emblemáticos de la Argentina, el sonido característico de artistas y discos a los que su huella sonora les debe su personalidad.
En este libro se cuentan las historias de esas grabaciones, y también la de la industria discográfica argentina y los cambios que ésta atravesó en las últimas cinco décadas, más tips y datos para quien quiera profundizar acerca del sonido y sus secretos.
Incluye un exhaustivo diccionario en el que Breuer explica todos los términos técnicos vinculados con el sonido, la grabación y el mastering.
DEL PRÓLOGO DE ANDRÉS CALAMARO...
"Cumplí mis 17 años en el estudio de la calle Perú con Mario Breuer, Beto Satragni, Amílcar Gilabert y Jorge Da Silva. Esa madrugada fuimos con Mario a comprar medialunas tibias.
Tiempo después nos encontramos en una esquina de la Avenida Santa Fe. Yo tenía pensado viajar a Los Ángeles con Bob Wilkinson, un cantante bilingüe que había conocido en Beccar, en la casa del contrabajista Pablo Aslan. Y viajamos.
Un día, mientras miraba instrumentos en un negocio de música, conocí a un guitarrista que vendía porro en Venice; entonces estacionó una limusina afuera y entró alguien de parte de Stevie Wonder para comprar una pandereta.
No sé si no tocamos en un hotel Holiday Inn con Bob o con el guitarrista del porro. Mario estaba estudiando ingeniería de sonido en la Universidad de Los Ángeles y trabajaba instalando pasacasetes en West Hollywood.
Ya no recuerdo si me había dejado una dirección o un teléfono, pero aparecí por donde vivía. Y allí fue donde compartimos sueños que se sueñan en voz alta y despiertos, que compaginábamos con mis habituales compras de discos -eso que ahora se llama vinilo- y las clases de Mario...
Luego grabamos juntos mis primeros demos con Gringui Herrera y Julián Petrina, el primer demo, los discos de Los Abuelos de la Nada en el Estudio del Jardín y mis primeros cuatro solista. Es decir, todo; hasta que me vine a Madrid para reformularme como Los Rodríguez.
Mario es un hermano para mí.
Mi madre lo quiere y siempre pregunta por él. Todo lo que hicimos juntos lo pensamos (atrevidos) alguna vez y -ahora creo- era nuestra única posibilidad (en el mundo), pero una que no se nos iba a ir de las manos.
Redoblamos esfuerzos para producir buenos grupos en la segunda mitad de los ochenta: la sociedad funcionó perfectamente. Aún hoy los discos de Los Enanitos Verdes y Don Cornelio y la Zona suenan estupendo, perfectamente actuales y poderosos, con muchos detalles y con ese gran sonido que Mario ofrece porque ama la música y graba con corazón y cabeza.
Se puede decir, sin exagerar, que Mario define el sonido 'bueno' de los ochenta, el que sí suena bien. Dicho esto con mucho afecto por Amílcar y Da Silva, los maestros.
Yo me fui (o me vine) a Madrid en septiembre de 1990, Mario terminó su peregrinación en los estudios de la calle Segurola y se instaló en su casa natal, estudio que después trasladó una, dos y hasta tres veces. Sin dejar de grabar, de enseñar y de sonar muy bien.
Aún a pesar de aquella juventud, que nos encontró experimentando con ácido lisérgico y probando los porros hawaianos y los primeros indoor, sentimos que no pasó el tiempo. La diferencia es que las nieves del tiempo platearon las barbas de Mario, que está más flaco, que ya no maneja aquel Chevrolet Corvair que compró de segunda mano por trescientos dólares.
Volvimos a grabar cuando estaba instalado en mi estudio-hogar, hicimos sonidos de conciertos en vivo importantes y conservamos una amistad que no se dobla ni se rompe.
Volvimos a grabar cuando estaba instalado en mi estudio-hogar, hicimos sonidos de conciertos en vivo importantes y conservamos una amistad que no se dobla ni se rompe.
Qué privilegio presentar a mi gran amigo y actual maestro de las grabaciones de discos."
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